Había pasado un año, un año en el que el tiempo pareció detenerse y la monotonía se había apoderado de nuestras vidas. La rutina implacable, el encierro en estos muros blancos y la dependencia de las Inteligencias Artificiales habían comenzado a consumirme lentamente.
Por lo menos, Chiara salía para ir al colegio. Respiraba. Yo, en cambio, sentía que me había convertido en una sombra de lo que solía ser, mi cuerpo flaco y mustio reflejaba mi estado de desgaste integral. Ella me contaba sobre su día, pero hacía tiempo que me costaba siquiera escucharla y comprenderla. Mis ojos apagados la veían, pero mi mente estaba ausente.
Parecía que la humanidad había avanzado tanto, hasta el punto de poder satisfacer las necesidades básicas de todos. Sin embargo, nadie había considerado el vacío que esta vida artificial y regulada provocaba en nuestras almas. El hambre física podía estar saciada, pero el hambre espiritual y emocional continuaba creciendo, consumiéndonos en silencio como un veneno invisible.