Habían pasado unos meses, lamentablemente como la situación de desempleo iba de mal en peor, no había podido conseguir un nuevo trabajo. La indemnización no podría soportar otro mes de alquiler. Tendríamos que parar en el centro de desempleo. Hace unos días había solicitado una habitación. Pero, todavía no se lo había comunicado a Chiara.

Mientras la esperaba afuera de su clase extracurricular de violín, pensaba en cómo decírselo. La puerta se abrió y allí estaba ella, con un brillo de alegría en sus ojos y con el estuche del instrumento que le había regalado su madre antes de fallecer.

Chiara se acercó a mí con pasos llenos de emoción y no pudo contenerse: "Papá, el profesor dijo que he mejorado mucho en mis clases de violín. ¡Quiero ser violinista!". Una mezcla de orgullo y nostalgia me invadió en ese momento, mi esposa había sido una excelente y pasional pianista. Miré a mi hija y con ternura le respondí: "Estoy muy orgulloso de vos, Chiara. Tu madre también lo estaría". Pero en seguida, el miedo me invadió. Debía proteger su sueño, pero ¿cómo podría hacerlo ahora? ¿Cubriría la institución las clases de música?

Eso me recordó que debía contarle la desalentadora novedad. No podía ocultarle más la situación. Reuní coraje y con temor a decepcionarla, le dije: "Hoy, cariño, no volveremos a nuestro departamento. Nos mudaremos a un nuevo lugar".

Un instante de silencio se apoderó del aire. Mi corazón latía con fuerza mientras esperaba su reacción. Sin embargo, ella respondió despreocupadamente: "¿Y qué, papá? ¿Vamos a estar juntos, verdad?".

Una oleada de alivio me envolvió. Con una sonrisa en el rostro, respondí: "A veces olvido cuánto has crecido, pero tenés toda la razón. Juntos crearemos nuestro nuevo hogar".